La historia no es imparcial; las grandes narrativas que cuentan el devenir de la humanidad poseen un sesgo que es resultado de la asimetría de poder histórica entre hombres y mujeres.

 Por ello, no es casual que en los grandes relatos las mujeres sean relegadas a un papel secundario o complementario, pues las formas dominantes en las que se hace historia poseen una perspectiva masculinista en la que el hombre es sinónimo de humanidad, cultura y nación, o que en el mejor de los casos las mujeres son reducidas a “contribuyentes” (jamás protagonistas o bastiones) en la construcción de la nación y la cultura.

Como señala el historiador del arte y curador mexicano Luis Vargas Santiago, hacer historia es “resultado de un ejercicio de poder que pone de relieve ciertos eventos, personas y procesos al tiempo que oculta otros, los margina, los borra

En la historia del arte existen silencios que niegan la existencia y producción artística de mujeres, con todo y las dificultades que implicaba que una mujer realizara tareas que solo eran consideradas propias de los hombres ilustres.

Como indica la investigadora Anne Staples, las mujeres consideradas “ilustradas” en el siglo XIX debían tener medios económicos para adquirir una amplia cultura, pues si no se tenía una fortuna o una situación privilegiada era imposible acceder al arte y las letras.

Según Staples, diversas mujeres privilegiadas que vivieron en el periodo de transición entre el Virreinato y el México independiente tuvieron la oportunidad de cultivarse en las artes; sin embargo, estas mujeres a la vez que brillaban por su talento y sus habilidades, destacaban por “su capacidad de no ofender el orgullo masculino al competir en conocimientos”

Empero, avanzado el siglo XIX las mujeres tuvieron más oportunidades de adquirir nuevos conocimientos, desarrollar sus habilidades y ampliar el horizonte de la mujer ilustrada. 

Este es el contexto en el que tiene lugar la obra de dos mujeres consideradas precursoras de la pintura femenina en México; se trata de Josefa Sanromán y Juliana Sanromán, hermanas que formaban parte de una familia originaria de Santa María de los Lagos, hoy Lagos de Moreno, Jalisco, que migró a la Ciudad de México.

La historia de estas pintoras ha sido recogida en las investigaciones de Angélica Velázquez Guadarrama, maestra y doctora en Historia del arte por la UNAM e investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas, quien explica que la historiografía del arte ha sido transformada por el feminismo y los estudios de género, haciendo posible que la obra de estas pintoras sea reivindicada y analizada fuera de los discursos y estándares tradicionales de la historia del arte androcéntrica.